La ciudad deja de lado lo que nos es necesario. El hormigón así, pasa a ocupar el lugar de la naturaleza. En su afán por brindarnos algo nuevo, nos quita lo primero que teníamos. En su lugar, pone un florero. Y esa flor es tan roja, que entendemos estar respirando su fragancia. De esta manera, asistimos al simulacro sin saberlo. Ya no hay algo en lugar de otra cosa. El simulacro ha tomado el lugar de la representación. Y esto lo hace enmascarando la ausencia de modelo en la exageración de su propia hiperrealidad. El yeso y el mármol propone revisitar estos estímulos cotidianos, y por medio de la iconicidad replica sus propias estrategias.
El simulacro ha tomado el lugar de la representación.